¡Hola, bichines! (Me ha gustado el mote. ¿Confirmamos? Confirmamos. ¿Ya es casi seguro que se os va a quedar? Sí, definitivamente confirmamos).
Aquí vengo ya a darle chicha al blog y a empezar a llenar esto de entradas con historias, ¡viva! (Sí, aquí faltan unos buenos vítores y unas buenas palmadas de alegría pero tendremos que conformarnos con echarle imaginación). Aunque para los de la liga contra el color rosa, traigo malas noticias, chicosy chicas, vaya: Por ahora las dos historias que voy a subir van a ser a cada cual más ñoña, pastelosa, vomitapurpurina omitamos el hecho de que me invento las palabras y un largo etcétera, creo que habéis captado la idea. Tengo pensado subir dos historias más y algún cuento o algo así pero tengo un problema (más allá del de falta de tiempo, que, si os digo que estudio o una parodia de estudiar un doble grado, entenderéis mi drama con el tiempo) y es que tengo una historia que quiero acabar antes de ponerme a escribir otras cosas. Y quizás digáis: "Bueno, ¿y por qué no esperas a terminarla y ya te pones de lleno con el blog y otros relatos?". Digamos que soy un puñetero culo de mal asiento para estas cosas y como para febrero espero, deseo, rezo, y todos los sinónimos que se os puedan ocurrir, haberla acabado, pues de mientras subiré dos historias: La de navidad, que no me importa compaginarla con la otra que quiero acabar porque, entre otras cosas, pega escribirla en esta época, y otra (el súmmun que se vea que soy de clásicas de la cursilería, cabe decir, más absoluta, que hasta yo acabo con empacho a corazones) y esta última porque ya está escrita, lo único que tengo que hacer para subirla es pasarla a limpio y, voilà!
Aquí necesito a alguien que, en momentos así, me diga: "Cállate, Lena, por Dios, le vas a cargar la cabeza de mala manera". Y con toda la razón del mundo. A veces parece que me han dado cuerda,narices.
Aquí vengo ya a darle chicha al blog y a empezar a llenar esto de entradas con historias, ¡viva! (Sí, aquí faltan unos buenos vítores y unas buenas palmadas de alegría pero tendremos que conformarnos con echarle imaginación). Aunque para los de la liga contra el color rosa, traigo malas noticias, chicos
Aquí necesito a alguien que, en momentos así, me diga: "Cállate, Lena, por Dios, le vas a cargar la cabeza de mala manera". Y con toda la razón del mundo. A veces parece que me han dado cuerda,
El asunto a tratar es que aquí está ya el prólogo de La magia de la navidad para disfrute de todo el que lo lea (espero). Con un poco de suerte, en breves pondré también un conciso resumen y el capítulo 1 de la otra historia vomitapurpurina. Recalco que me gustaría que todo no fuera tan supermegaultra cursi de la vida pero no tengo tiempo-material para hacerlo de otra forma.
Y sin más dilación, ¡el prólogo de La magia de la navidad! Disfrutadlo mucho.
Y sin más dilación, ¡el prólogo de La magia de la navidad! Disfrutadlo mucho.
Hasta la próxima entrada, bichines, ¡un besazo!
P.D.: Si alguien se pregunta por qué no subo la que estoy acabando, es porque es demasiado privada, y por el momento no creo que la suba o deje ver por ningún sitio público.
-Lena
PRÓLOGO
Carla, de seis añitos, dibujaba
estrellitas con el vaho formado en las ventanas por el frío mientras su madre
iba de aquí para allá preparando las cosas de la cena del día 23 de Diciembre y
Pedro, de nueve años, cambiaba los canales de televisión a un ritmo vertiginoso
en una postura prácticamente imposible tirado en el sofá.
La chiquilla con una
sonrisa pintó un árbol de navidad aunque estaba más pendiente de ver su padre
aparecer por el camino de entrada con su gran abrigo marrón y su maletín.
Extrañamente parecía la única que esperaba ansiosa su llegada pero no le dio
importancia.
—Carla, cielo, ¿qué
haces?—preguntó la voz de su madre a su lado. La pequeña giró la cabeza hacia
ella y le sonrió con ganas—. ¿Mirando por la ventana?
—Estoy esperando a papá.
Nuria contrajo ligeramente
el rostro, imperceptible para Carla. Todavía era pronto para que ella
entendiese los problemas que había en la familia. Pedro los intuía, por eso en
el último tiempo se había vuelto más reticente a hablar tanto con Nuria como
con su padre e incluso a veces con Carla.
—Tu padre últimamente se
retrasa un poco, cielo. Vas a coger frío. Ven a la estufa con mamá.
Carla sacudió con fuerza
sus trenzas y cruzó los brazos tozudamente.
—No. Yo esperaré a papá.
—Cariño...
—No—repitió.
Su madre suspiró dándose
por vencida y se giró hacia el sillón, donde se hizo un hueco junto a su hijo.
Y en ese instante, Carla
vio la sombra de su padre caminar encogido con el maletín en los brazos,
probablemente porque estaría comenzando a chispear. La chica, ilusionada de ver
al que era prácticamente el héroe de su casa, se levantó y salió corriendo por
el salón al grito de:
—¡Es papá! ¡Es papá!
Escuchó a Pedro decir
algo parecido a "no entiendo qué le ilusiona tanto". Sin embargo,
estaba tan contenta que ni siquiera lo procesó.
La niña llegó a los
brazos de su padre justo cuando abría la puerta y éste solo tuvo tiempo de
soltar la cartera antes de que la chiquilla cogiese impulso y se lanzase al
cobijo de papá.
—¿Cómo está la niña más
bonita del mundo entero? ¡Qué digo del mundo! ¡Del universo!
Y comenzó a girar con
ella en brazos. Carla reía y reía abrazada a él todo lo fuerte que podía.
—Hola, papá.—Pedro sacó
la cabeza desde la puerta del salón y le saludó con poco entusiasmo con la
mano.
Juan dejó a la más
pequeña de la casa en el suelo y se agachó mirando a su otro hijo. Carla, de
mientras, cerró la puerta; entraba demasiado frío por ahí y ella solo tenía un
pijama de ositos puesto.
—Ey, campeón, ¿cómo estás
tú?
—Ahora no puedo hablar. Están
echando una cosa muy interesante por la televisión.
Carla le frunció el ceño
a su hermano. Pero si hacía dos segundos estaba pasando los canales sin
encontrar nada. La pequeña no entendía nada. Casi era como si no quisiesen
saber nada de su padre. Su madre no había ni salido casi a saludarlo. ¡Era
navidad! Qué malhumorados eran los mayores, esta época estaba hecha para
pasárselo lo mejor posible. ¡Era una fecha cargada de magia!
—Venga, cariño, vamos a
comer—le dijo su padre cogiéndole la mano y sacándola así de su ensoñación.
Carla asintió recuperando
su sonrisa y se dejó arrastrar a la mesa de comer. Se sentó en su sitio de
siempre, presidiendo la mesa, y movió los pies adelante y atrás, alegremente.
Su madre trajo la cena y se sirvieron.
—¿Qué tal en el trabajo,
papá?
—Muy bien, cielo, ha sido
un día duro.—Extendió la mano y le revolvió el pelo, despeinándole las trenzas.
Carla sonrió, ya que era
una pequeña broma entre su padre y ella: su padre le tocaba el pelo y ella
agitaba los mechones, disfrutando de estar despeinada. Movió la cabeza de lado
a lado.
—Juan, por
Dios...—murmuró su madre con el tenedor a mitad de camino de la boca. Se había
quedado petrificada en el sitio.
Carla dirigió sus ojos al
lugar donde ella miraba pero no encontró nada; su mirada se deslizó por todo lo
largo del rostro de su padre, extrañada. No obstante, su hermano también vio
algo porque frunció los labios furiosamente y parpadeó muchas veces, como si no
se lo creyese. La pequeña cada vez se sentía más confundida.
—¿Qué ocurre, Nuria?
—Por amor de Dios, ¿qué
has estado haciendo? ¿Qué es eso que tienes en el cuello?
Juan se llevó las manos
inmediatamente al cuello y sus mejillas adquirieron color. Carla se movió en la
silla, intentando ver con curiosidad infantil.
—No es nada, cariño.
—Haz el favor de no
llamarme así—gruñó su madre y Carla casi se cayó del asiento en ese instante.
Seguro que no era tan grave como para que su madre le hablase así a su padre—.
Y si vas a salir con... ésa, intenta venir decente. Por los niños, más que
nada.—Dejó caer el tenedor con un repiqueteo en el plato y su mirada
chisporroteó.
Carla estaba comenzando a
enfadarse con su madre, no debería hablarle así a su padre. ¡Él no había hecho
nada!
—No sé de qué me hablas.
—¿Ah, no? Yo creo que sí
y no soy la única.—Miró elocuentemente a Pedro y Juan hizo otro tanto; el
aludido apartó sus ojos, iracundo más que otra cosa.
—¿Se puede saber qué coño
le has contado a los niños sobre mí?—preguntó y su tono subió un par de tonos.
Carla observó el intercambio
verbal, tensa y temblorosa. Pedro, por el contrario, parecía querer intervenir
pero el respeto que tenía hacia su padre se imponía.
—¡Controla tus palabras!
Están los niños delante. Y no les he dicho nada, no digas chorradas.
—Entonces, ¿cómo lo sabe
Pedro?
—Porque no es estúpido,
ni yo tampoco, aunque a veces me lo haga. ¿Te crees que no sé de la existencia
de Lola? ¿Te crees que no lo sabe todo el mundo a estas alturas? Solo he estado
intentando ser una familia pero contigo es imposible. Mírate, no tienes
decencia.—Movió furibunda la mano hacia el cuello de Juan.
Carla empezó a
tener ganas de llorar. ¿Quién era Lola? ¿Acaso su padre había dejado de amar a
su madre?
—¿Conmigo es
imposible?—La voz de su padre subió aún más. Sus ojos destellaban. Las manos de
Nuria temblaban mientras se las pasaba una y otra vez por el pelo—. ¿Te crees
que si fueses la mejor esposa del mundo yo tendría que haberme ido con otra?
—¿Te crees que es fácil
estar pendiente de ti, trabajar, ser ama de casa y madre a la vez?—Su madre,
indignada, golpeó con ambas palmas la mesa y los platos temblaron casi tanto
como sus manos—. Pedro, por favor, lleva a tu hermana arriba. Y quédate con
ella.
Pedro, quien tenía el
rostro compungido, asintió y fue a donde Carla, cada vez más desesperada por la
pelea, se retiraba de la cara unas lágrimas que se derraban por sus mofletes, y
la cogió de la mano.
—Vamos, hermanita, vamos
arriba.
—¡No quiero!—chilló ella
con la voz rota—. Papá, ¿quién es Lola?
—Cariño, haz lo que dice
Pedro—le dijo él, compartiendo con Nuria miradas que podían matar.
—Pero...
—Por favor—dijeron Nuria
y Juan al unísono, casi con total seguridad en la última prueba de coordinación
de su relación.
Carla, llorando ya sin
remedio, optó por hacer caso y se agarró con fuerza a la mano de su hermano
escaleras arriba. No sabía qué iba a pasar pero, por desgracia, tenía el
horrible presentimiento de que ya nada iba a ser como antes. Llegaron al cuarto
de la chiquilla y su hermano cerró la puerta.
Y, en cuanto lo hizo, se escucharon
con nitidez gritos desde abajo, entremezclándose la voz de su madre y la de su
padre. Carla retrocedió en cuclillas hasta la esquina más alejada de su cuarto y
se tiró al suelo, tapándose los oídos. Pedro se sentó a su lado y la abrazó por
los hombros y la pequeña pudo sentir que él también sollozaba en su pelo.
—¡¿Por qué me has hecho
esto, Juan?!
—¿Y tú? ¿Por qué
simplemente no podías dejar las cosas como estaban, hostia ya?
—¡Hasta tu hijo se ha
dado cuenta, joder! ¿Tú te crees que con lo descarado que has sido podíamos
seguir ocultando lo evidente?
—¿Y qué es lo evidente,
Nuria? Ilumíname.
—Que esto ya no lleva a
ninguna parte, no así.
Carla enterró la cabeza
en el hombro de su hermano gimoteando y suplicó al cielo que todo acabase, que
si estaba soñando, poder despertar ya.
—Sh, ya está, hermanita.
Ya verás como luego se perdonan y esto se queda en una anécdota.
No sabía qué era una
anécdota, tampoco era como si le importase.
—Tengo miedo, Pedro.
—¿Y por qué? Discutir es
normal. Tú y yo discutimos a diario.
—Pero, ¿qué pasa si dejan
de amarse? ¿Papá se irá?
—Eso no va a pasar.
Sin embargo, su voz
vaciló y la abrazó más fuerte.
Una hora después, y tras
una sesión de gritos, golpes, sollozos, reproches y palabras malsonantes, Carla
se había dormido, exhausta y medio llorando en sueños, y Pedro aún la sostenía.
Había actuado fatal los últimos meses pagando con su hermana todo lo que poco a
poco había ido descubriendo cuando la pobre era tan víctima como él.
Ahora lo único que debían
hacer era permanecer unidos.
Un portazo acompañó al
silencio de los gritos y la chiquilla se despertó de golpe.
—¿Ya han parado?
—Eso parece.
Instantes después, su
madre llamó a la puerta y entró con las mejillas surcadas de lágrimas y una
expresión de auténtica agonía en el rostro.
—Papá no dormirá hoy en
casa.
Así que eso había sido el
portazo.
Entonces avanzó a paso
tambaleante hacia sus hijos y se dejó caer sin fuerzas junto a ellos. Pedro fue
el primero en moverse y abrazarla con fuerza. Carla, que sentía que solo quería
dormitar y dejar de notar la opresión y las ganas de llorar, fue la siguiente.
Lo que ninguno de los
tres sabían en ese momento es que ésa iba a ser la última vez que verían al
padre de familia y que, además, ninguna navidad a partir de entonces volvería a
ser la misma.
Casi se me olvidaba pero, ¡no! No esta vez. No os olvidéis de que a la izquierda tenéis los botones esos tan graciosos y lindos que os decía con todas las redes sociales donde podéis encontrarme y estar al tanto de cuándo subo y de todo lo que ocurra (a veces con datos que quizás no interese a nadiecomo qué como y cuándo). Y ya he puesto dos preciosos botones más también a la izquierda solo que más abajo donde me haréis muy feliz porque os podéis suscribir al blog y así no perderos entrada ni oportunidad de comentar y dejarme vuestra opinión. Y esperad, esperad, que hay más: Abajo de cada entrada encontraréis unas "opiniones" para que me dejéis qué os ha parecido la entrada (es totalmente anónimo, no sufráis). ¿A qué esperáis? Es una ocasión que yo desaprovecharía, así, gratis, bonito y barato, ¿qué más se puede pedir? Y ahora sí que sí os dejo tranquilos. ¡A hacer feliz a esta moza se ha dicho!
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