¡Hola, bichines!
Os dejo por aquí el capítulo 1 de La magia de la navidad para empezar a disfrutar de verdad con ella. No me voy a enrollar, I promise. Solo deciros que espero que os guste y queráis más de ella. ¿Todos listos? ¿Todos preparados? ¿Todo apunto? ¡Pues vamos a ello!
Y nada, bichines, ¡hasta la próxima entrada! ¡Besos mil!
CAPÍTULO 1
Ya las calles
prácticamente olían a navidad, a frío con tazas calientes de chocolate o café
y bufanda y guantes.
Y, para la adolescente de
dieciséis años Carla, también a pequeñas heridas en las manos, provocadas por
el frío cuando no se pone los guantes, y a nariz roja y mocosa. Su época del
año favorita no era el invierno, sin ninguna duda. Lo único que le gustaba,
quizás, era poder tener la excusa perfecta para tomar un chocolate caliente
cincuenta veces al día, alegando (más para su conciencia que otra cosa) que el
tiempo estaba gélido y que algo calentito era lo que realmente necesitaba.
Y precisamente una taza
humeando con olor achocolatado era lo que reposaba en ese instante en el
mostrador de la tienda, justo al lado de un cuaderno repleto de cuentas que,
para Carla, hacía tiempo que había dejado de tener sentido.
«Las matemáticas apestan
lo más grande», pensó apoyando la mejilla en la mano y mirando apenada sus
intentos, fallidos casi sin ninguna duda, de estudiar. A este paso, sería
milagro que aprobase el examen de unas semanas.
—¿Qué tal lo llevas,
cielo?—preguntó Nuria, su madre, ordenando pulcramente unos objetos en una de
las estanterías y echándole de mientras un rápido vistazo a su hija.
Carla suspiró y encogió
un hombro.
—Ahí voy—respondió,
dejando escapar un débil suspiro—. Pero estoy un poco atascada con algunas
cosas.
—Si me lo hubieses dicho
antes, cariño, podría haberte apuntado a una academia y así no te estarías
agobiando tanto.
—Quiero sacarlas yo sola.
Las matemáticas nunca han sido un problema.
—Pero, ¿crees que es un
problema como para suspenderlas?
—No.
—Ya me lo imaginaba, tú
eres muy lista, mi niña.
Su madre, cariñosa, le
revolvió el pelo al pasar por su lado en su camino a la trastienda. Durante un
momento, Carla se sintió culpable de haberle mentido: Si seguía así de perdida
para el último examen, ya debía ir barajando el suspenso como única opción.
Carla cogió aire con
fuerzas y agarró la taza de chocolate para darle un sorbo que, si bien no le
curó las penas, al menos le calentó la garganta y el estómago, y le animó el
paladar.
—Eres muy tozuda,
hermanita.—Pedro, a su lado y escribiendo a toda velocidad en el ordenador que
hacía las veces de caja registradora, le sonrió con una negación de cabeza—.
Demasiado, diría yo.
—Le dijo la sartén al
cazo—replicó Cara guiñándole un ojo.
Pedro rió, prácticamente
dándole la razón. Si algo caracterizaba a los Abad, era la tozudez.
La joven, tras volver a
coger aire para darse ánimos y fuerzas para seguir, sujetó el lápiz como un
guerrero que sostiene la espada antes de la batalla, y continuó haciendo
ejercicios.
No llegó a hacer media
fórmula cuando se oyó un jaleo en la trastienda, un ruido como de algo
cayéndose. La chica dio un respingo y el lápiz y su concentración se escaparon
de su poder. Pedro y ella intercambiaron una mirada sorprendida.
—Mamá, ¿estás bien?—Pedro
fue el primero en hablar, girando en su asiento hacia la puerta de la
trastienda.
—Sí, sí, solo unas cosas
que se han caído.—Salió, caja en brazos, la cual depositó en el mostrador de la
parte de arriba de donde Carla estaba haciendo sus ejercicios—. ¿Adivináis qué
he rescatado de la zona de la planta de arriba?
—¿Los artículos defectuosos
para poner a mitad de precio?—preguntó Pedro.
—¿Los carteles de las
rebajas?—aventuró Carla.
—¡Mira que podéis llegar
a ser torpes!—Nuria rió—. ¡Las decoraciones navideñas, leñe!
Carla se echó hacia atrás
en su asiento y, aunque en el rostro de su hermano no se atisbaba expresión,
sus ojos sí que brillaron con cierto fastidio.
—¿Tan pronto? Todavía no
estamos ni en Diciembre.
Nuria rodó los ojos.
—Mañana es uno de
Diciembre, ya es casi como si lo fuera.
Rascó con la uña la cinta
aislante con la que estaba cerrada la caja. Pedro, consciente de que seguía sin
interesarle, pasó unas hojas de un cuaderno y siguió tecleando. Carla, por el
contrario, miró a su madre aguantándose a duras penas la risa.
—Es cinta de la fuerte,
mamá—dijo y rebuscó en su estuche hasta dar con unas tijeras que le tendió—.
Anda, toma.
Su madre, con avergonzado
sonrojo, le sonrió agradecida, las cogió y rompió la cinta de una sola pasada
de las tijeras. Carla jugó con el bolígrafo en los dedos irguiéndose
ligeramente para ver qué cosas había dentro, más por no seguir con matemáticas
que porque realmente sintiese interés; en lo que a ella respectaba, no había
ninguna diferencia entre el fastidio de su hermano y el suyo.
Pero entonces sonó el
teléfono en la parte de atrás y su madre esbozó un mohín.
—Vaya...
—¿Quieres que responda
yo?—se ofreció Carla.
Nuria negó con la cabeza.
—No te preocupes—contestó—.
Seguramente sea una llamada que estoy esperando. Tú sigue con matemáticas.
—Eso, Carla, sigue con
tus queridas matemáticas—le dijo Pedro con todo pedante, sonriéndole
irónicamente. Se levantó y le despeinó todo el pelo pero sobre todo el
flequillo.
Carla refunfuñó e
inmediatamente ya estaba dándose con los dedos en él.
—Oye, ¿qué os pasa hoy
con mi pelo? Dejadlo en paz.
—Quejica.
Carla le sacó la lengua
en toda su totalidad, si bien su hermano no llegó a verla porque ya había
abandonado el lugar y entrado en la trastienda. La chica asintió para sí misma
y se repitió como un mantra que debía seguir, efectivamente, con matemáticas,
por mucho que no fuesen queridas suyas. «Venga, que tú puedes, ¡a por ellas!».
Asió el lápiz e hizo un problema que era parte de los deberes.
Desgraciadamente, halló
el resultado demasiado rápido y eso le hizo pensar que algo había hecho mal
seguro. Resopló, frustrada, y tiró el bolígrafo contra la mesa. Esta asignatura
la hacía perder su ya poca paciencia.
—¿Qué te ha hecho el
pobre bolígrafo para que le hagas semejante maltrato?—preguntó su hermano,
volviendo a sentarse en la silla de antes, esta vez con un nuevo cuaderno a su
lado.
—Estar presente mientras
hago matemáticas.—Bufó y, entonces, se le ocurrió algo y miró a su hermano con
ojos que, sin ninguna duda, hacían verdaderas chirivías—. Oye, Peeeedrooo—cantó.
Pedro se giró hacia ella
y adoptó una expresión cautelosa.
—¿Qué te pasa? Miedo me
das.
—Tú no podrías echarme
una mano con matemáticas, ¿no?
—¿Qué te hace pensar que
yo voy a saber cómo se hacen las cosas que tú das en matemáticas?
—Eres el que lleva las
cuentas de la tienda, algo tienes que saber.
En su mente parecía una
idea lógica. Ahora que la exponía en voz alta, solo parecía disparatada y
alocada, una solución precipitada para una situación desesperada.
—Eso sí, pero
definitivamente no sé... Lo que quiera que sea que estás dando.
—Probabilidad—saltó Carla,
cogió el cuaderno y se lo tendió.
El rostro de Pedro cuando
lo agarró y leyó las cuentas fue un poema que indicaba que estaba total y
absolutamente perdido.
—Hermanita, lo siento,
pero yo en matemáticas de ciertas cosas no me puedes sacar—contestó
encogiéndose de hombros y devolviéndole la libreta.
—Pues a ver yo qué hago
ahora.
Se echó atrás en su silla
y miró el techo, por si acaso allí se hallase una iluminación divina que la
ayudase a desentrañar cómo aprobarlas todas para navidades.
—¿Hacer qué con qué?
Como si tuviese un radar
materno anti-suspensos, su madre salió en ese momento y la taladró con sus ojos
marrones curiosamente. Carla atisbó a Pedro mordiéndose el labio mientras
fingía prestar mucha atención a la pantalla. La joven vaciló un segundo,
buscando una excusa. Su móvil en un lado de la mesa, silenciado como siempre
que se ponía a estudiar, le dio una excusa que, si bien no era la mejor del
mundo, podría hacer el avío.
—Que Andrea me ha dicho
que qué me parece que el cumple de Núñez sea en unas semanas pero cae el fin de
semana antes del examen de matemáticas—explicó y esbozó su sonrisa inocente,
ideal para ocasiones como esta—. A ver si puedo convencerlos de que lo cambien.
Pedro aguantó con más
ganas la risa, tapándola con una tos, y Carla lo fulminó con la mirada. Había
solo una pequeña parte de verdad en su mentira, realmente se acercaba el
cumpleaños de Núñez pero aún nadie había empezado a preparar nada.
—Seguro que sí—la animó
su madre. Carla dejó escapar lentamente el aire que había estado aguantando—.
Bueno, chicos, hoy tengo que ir al almacén a recoger unas cositas. No podré
poner la decoración navideña. Y necesito la ayuda de alguien.
Dos resortes
perfectamente sincronizados hicieron que tanto Carla como Pedro levantaran las
manos a la vez a la exclamación de:
—Yo te acompaño, yo.
Nuria no pudo evitar
soltar una sonora y cantarina carcajada. Cuando acabó, la hermana más joven
alcanzó a entender en sus ojos que esta vez ella no iba a ser la elegida.
—Esta vez será Pedro quien
me acompañe, cielo. Hay varias cosas pesadas para cargar.
La chica no era capaz de
ver qué consideraba su madre pesado en una tienda de artículos mayoritariamente
para regalo. No lo dijo, ya que solo serviría para que su madre se sintiese
contrariada ante un malhumor que muy a menudo, y más en época de exámenes,
Carla se esforzaba en ocultar. Cuando sentía que algo la sobrepasada o que no
podía controlar un determinado proyecto o suceso, la sobrevenía un actitud
agria y desagradable bastante difícil que la hacía complicada de tratar.
—¿Pesado como qué? Que
aquí no vendemos cosas grandes.
Se notaba que Pedro
siempre había sido más bocazas que ella y que no se callaba una pregunta.
—No sé, Pedro, cosas. Qué
preguntón.
Carla se temió lo peor:
Su madre solo daba largas de semejante calibre si lo que se traía entre manos
era algo que ninguno de sus hijos aprobaría.
Carla y Pedro
compartieron una mirada y luego la dirigieron hacia Nuria.
—Mamá, ¿qué cosas? Que tú
eres mucho de hacer locuras.
—Qué exagerado.—Nuria rió
y cogió de un perchero su abrigo para colocárselo, dando, de tal forma, por
acabado lo que iba a decir—. Venga, vamos, Pedro. Y tú, Carla, coloca los
adornos en nuestra ausencia. Estaremos aquí seguramente para cenar.
—¿Tanto tiempo vamos a
estar en el almacén?
—Puede que hagamos alguna
que otra paradita en otros sitios.
Cualquiera sabía qué
habría encargado y dónde. Carla sospechó, por el terrible amor que profesaba su
madre hacia la navidad, que serían artículos relacionados con esta.
—¿Tengo que poner todos
los adornos?—se quejó mirando apenada el trabajo tan tedioso que le quedaba por
soportar—. La caja es tan enorme y tiene tantas menudencias para colocar.
—A ser posible sí. Si no
te da tiempo, ya te ayudamos mañana a lo que quede.
Carla refunfuñó, su lado
arisco en aumento. Se concentró en mantenerlo a raya, hecho que se le estaba
volviendo muy complicado. Dios quisiera que nadie entrase a la tienda esa tarde
o no iba a ser una buena dependienta que se dijera.
¿Matemáticas o navidad?
¿Qué era menos de su agrado? Ni puñetera idea, era un enfrentamiento que no
tenía ganador.
—Volvemos luego, cielo.—Nuria
le besó la coronilla y le acarició suavemente la melena—. Te quiero.
Pedro, por su parte,
cogió un espumillón de navidad, que era lo que estaba más arriba en la caja, y
se lo puso a su hermana de un rápido movimiento alrededor del cuello como si de
una bufanda se tratase.
—Pásatelo muy bien—le
dijo con tono burlón y, con el dedo índice, le dio un toque en la nariz—. Y sé
amable con los clientes. Se te está empezando a arrugar la nariz.
Carla la movió tontamente
y se mordió el labio. Era verdad, cada vez que se le estaba volviendo peor el humor,
lo hacía, provocando que en ocasiones formase hasta una cara de asco muy acorde
a cómo se sentía.
—¿Mejor?
Su hermano colocó el
índice y el pulgar frente a su cara con una leve separación y formó con los
labios la frase: "solo una chispita". Carla le sonrió. Entonces su
madre llegó de donde fuera que estuviese, Carla suponía que encendiendo la
calefacción del coche aparcado justo delante de la tienda.
—¡Pedro, venga!
—¡Voy! Adiós, Carla.
La joven movió la mano
para despedirlos. La puerta se cerró con un suave sonido y la chica se quedó
sola con la decoración. Se permitió desperezarse y soltar una buena sesión de
resoplidos, bufidos, quejidos y gemidos.
Si antes decía que las
matemáticas apestaban, ahora añadía a esa frase a la navidad: Las mates y la
navidad apestaban.
No os olvidéis de que a la izquierda tenéis los botones esos tan graciosos y lindos con todas las redes sociales donde podéis encontrarme y estar al tanto de cuándo subo y de todo lo que ocurra. Y hay además dos preciosos botones más también a la izquierda solo que más abajo donde me haréis muy feliz porque os podéis suscribir al blog y así no perderos entrada ni oportunidad de comentar y dejarme vuestra opinión. Y esperad, esperad, que hay más: Abajo de cada entrada encontraréis unas "opiniones" para que me dejéis qué os ha parecido la entrada (es totalmente anónimo, no sufráis). No dudéis en comentar si os ha gustado este capítulo y si os quedaréis para los siguientes. Cualquier comentario será bienvenido, ya lo sabéis.
-Lena
No hay comentarios:
Publicar un comentario